El guardián del “nido de esmalte” del pájaro azul

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Quizás pueda ser sorprendente y tal vez digno de envidia si alguien ya ha encontrado el pájaro azul de la felicidad y puede guardar su nido.

Pero no es fácil alcanzar este “rango” y una vez alcanzado, queda aun un camino largo, a veces atroz, otras veces flanqueado de alegrías y éxitos a través de las espinosas ramas, hasta llegar a la verdadera felicidad, al pájaro azul. Sin embargo se puede afirmar sobre los trabajos del esmaltista István Vágó y sobre su atmósfera que en su obra todo va destinado a representar su auténtica meta: encontrar la felicidad en el sentido más amplio de la palabra, y alcanzar que esta meta sea accesible, comprensible y palpable para todos.

No en vano elegí esta obra del sinfín de los trabajos del artista: después de haberle conocido me parece que ésta es una síntesis emblemática de toda una vida. Es la bandera enarbolada en el velero que indica la dirección a seguir en el tormentoso mar de la vida del artista, mientras el ser humano, el artista trataba, trata y tratará de subsistir y luchar para conservar la felicidad y la libertad de la creación.

Al cargo de “guardián del nido” ha conducido una vida llena de luchas, una vida lindada por las brillantes piedras de la esperanza y los hondos hoyos del fracaso y de la desolación. Sus obras unen los recursos del Simbolismo con los conocimientos, el credo y la capacidad para resurgir del Renacimiento, con los bellísimos colores vislumbrantes, cálidos del Romanticismo, con la amplia indumentaria narrativa de lo decorativo. Son las manifestaciones y expresiones visuales de la disciplina de un hombre sabio, capaz de reflexionar, de meditar sobre la vida. En la mayoría de sus obras expresa sus ideas con elementos figurativos, cuyo contenido se ahonda y se explica a través de elementos nonfigurativos, de los fondos y de misteriosos detalles rodeados a veces solo por los colores, otras veces por elementos decorativos. El espectador superficial puede dejar de lado algunos detalles de las obras, pero si uno le dedica su tiempo y hace el esfuerzo de analizar los detalles elaborados con infinita precisión, se encontrará, reflejada en el brillo del esmalte, su esencia que alberga los fondos filosóficos y conocimientos históricos más profundos que ofrecen las virtuosas aunque limitadas posibilidades de la técnica.

István Vágó, nacido en el Norte de Hungría, pronto dejó la seguridad que le brindaban las montañas de Tokaj, y estudió para ser escaparatista y arquitecto de interiores en Budapest. Sus maestros ya de joven le llamaron la atención en que sería una pena derrochar el talento que se escondía en él. Zsigmond Károlyi le advirtió sobre la tautología voluntaria e involuntaria y le aclaró el movimiento de los espacios virtuales con la ejecución a través de una teoría filosófica que el joven aprendiz se apropió inmediatamente: esta teoría no es otra que el pensamiento hegeliano según el que la repetición es la que menos es capaz de expresar una idea. Probablemente de allí se derive el detallismo narrativo de sus trabajos posteriores y la gran variedad de elementos decorativos y míticos que sin embargo nunca se repiten. Su otro maestro, Ernő Tolvaly, llamó la atención del joven en las posibilidades sensuales, pero sobre todo intelectuales, ilusorias y conceptuales de la diafanidad, de la transparencia, del ocultamiento o del repintar de la superficie. Estas ideas inspiradoras ya ardían en el alma, en el corazón y en el cerebro del joven artista. Se iban madurando a la vez que mordían y comían desde dentro al hombre que luchaba por la subsistencia. Pero era así para que después, cuando mucho más tarde emergían a la superficie, pudieran convertirse en auténticas obras de arte más maduras, respaldadas por una experiencia de vida, por conocimientos históricos y por un profundo saber y experimentación técnica. Como diseñador gráfico de publicidad obtuvo experiencia en el terreno del dibujo y de la caligrafía, y fue en 1990 cuando junto con su esposa de aquella época, Enikő Vágó, encontraron el nuevo camino: el esmalte.

Su técnica, dentro del esmalte, se clasifica entre las de esmalte pintado. Esto significa que los colores de esmalte se pintan sobre una placa de metal – esta técnica es afín a la acuarela o al óleo, en las artes plásticas. La técnica es de origen francés, su punto de partida es el esmalte de Limoges que se iba enriqueciendo con las novedades tecnológicas a lo largo de los siglos. Su esencia es que la base desaparece, la superficie de las obras se halla cubierta enteramente por los colores. Son como si fueran pintura, sin embargo son, a su vez, diferentes, ya que los colores se queman uno encima del otro, se redondean, sobresalen, obtienen una dimensión espacial, brillan, son misteriosos. No hay alvéolos, no hay cavidades, no hay cloisons, tampoco hay rigidez, tan sólo persisten las representaciones visuales fluidas, a modo de acuarela.

 

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“Decir lo indecible”

 

 

El matrimonio siguió desarrollando su técnica. En un principio elaboraban joyas que tuvieron gran acogida entre el público húngaro, sin embargo István Vágó y su esposa optaron por la vía solitaria de artista para llevar a la superficie este mundo visual que llevaba mucho tiempo sumergido en su interior. Unían lo profundo de sus pensamientos con una técnica desarrollada de forma autodidacta, para mostrar después sus obras al pintor Mihály Kátay y a Endre Szász que manifestaron su apoyo incondicional hacia los jóvenes talentos. Kátay les elogió de la manera siguiente: “Se trata del apoyo de las aspiraciones de un matrimonio artista que brinda un color particular al arte de esmalte contemporáneo. De las tendencias artísticas nacionales se da cita de forma única una orientación de las artes plásticas con otra de las artes aplicadas con influencias del arte de Gulácsy, de la cultura ornamental de Miksa Róth, de la precisión técnica y cultura colorística de Samu Hibján.” (Mihály Kátay, 2000)

Sin embargo estas ideas en aquella época no tuvieron mucho éxito en Hungría. Los artistas llegaron a los Estados Unidos gracias al azar, esta vez con sus cuadros. En 1997 un amigo joven americano del matrimonio, Connor Walker, recomendó sus obras en el Festival de Arte Cherry Creek de Denver donde la primera vez que participaron, en 1998, ganaron el primer premio. A partir de allí se abrió una puerta que desde Europa de Este pareció ser más bien un sueño de Hollywood. Los cuadros simbólicos, las pinturas con sus motivos húngaros y procedentes de otras culturas principalmente europeas, con su misticismo, con sus contenidos extra, con sus símbolos encontraron puertas abiertas entre los aficionados de Arte del Nuevo Mundo. István y su esposa obtuvieron varios premios en diferentes eventos artísticos. Fueron invitados a muchas exposiciones en el extranjero donde recibieron ilustres galardones.

A partir del año 2010 István Vágó trabaja solo. Aun así no ha cambiado el colorido de las obras, ni su afán de experimentación se volvió menos impulsivo, y el número de los reconocimientos internacionales sigue aumentando. Sus obras no dejan de ser expuestas en exposiciones tanto americanas como europeas.

Aun así, el contenido de las obras ha cambiado, se ha madurado, ha ganado profundidad. El artista desengañado de las intrigas de la historia se dirigió hacia las raices de la filosofía, hacia los nuevos rumbos de la literatura (Camus), vistiendo sus obras de esta manera de nuevos contenidos. Su meta es presentar en el siglo 21 los mitos ancestrales, ilustrar visualmente las ideas inefables, aquellas que resisten a las palabras. “Decir lo indecible”, mostrar, a través de los símbolos, las relaciones de los elementos de la existencia.

Aunque al artista no le gusta categorizar sus obras, porque todas tienen su propia historia y su propia y larga genealogía que paulatinamente va cambiando el aspecto de las imágenes, sin embargo, analizando sus obras contemporáneas –ya sean joyas o cuadros pequeños o mayores– tal vez se pueda arriesgar su clasificación en una vertiente prerrafaelita–simbolista que une los elementos decorativos de Miksa Róth con el mundo surrealista cada vez más sofisticado de Gulácsy. En esta tendencia los rasgos romántico–prerrafaelitas se detectarían en las representaciones y elementos figurativos. Sin embargo estos rasgos en las obras no aparecen respecto al fondo histórico del estilo, ni en los contenidos religiosos o de fe, más bien en la forma pura, en la visualidad de la representación, en su riqueza cual si fuera joya. La fuerza del estilo en las obras es el renacimiento del simbolismo. Podríamos decir que sus obras son representaciones del simbolismo moderno, de los significados literarios llenos de secretos que dominan las obras a través de los detalles figurativos, en las representaciones de la naturaleza y en las figuras humanas como portadores de un sentido secreto, de interpretación individual, como signo que sugiere algún símbolo. Los acontecimientos ligados a las obras no solo aportan valor autorreferente, pictórico o relacionado con la estructura del cuadro, sino son motivos que refuerzan los elementos figurativos. De esta manera, en las obras de István Vágó los signos visuales hasta contienen un sentido simbólico y emocional, pero el artista no se desvinculó del todo del realismo, sino representa temas que preocupan a todo ser humano, temas eternos, llenos de contenido hasta para el hombre contemporáneo, que le abren los ojos para ser capaz de percibir el secreto milenario del pájaro azul.

Renáta Herczeg
historiadora del arte
2015